El mito de la comida con hierro: las espinacas y las lentejas

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Odio las espinacas. Siempre las he odiado y siempre las odiaré. Su sabor me resulta vomitivo. Su olor me produce náuseas. Sin embargo, un tal Popeye y una sociedad analfabeta convenció a mi madre de que debía comer espinacas día a día también para absorber sus infinitos yacimientos de hierro.

Y es que los saberes populares y los remedios de la abuela siempre revisten este problema: o son verdaderos y funcionan o son completamente falsos y parece que funcionan.

Pero ¿por qué la gente sigue creyendo que las espinacas tienen mucho hierro? No hay espacio aquí para ahondar en el proceloso asunto. Pero sí puedo contarles los antecedentes históricos del asunto.

En los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, se detectó en los Estados Unidos un alarmante incremento de anemias ferropénicas entre los niños. Las autoridades encargaron a un presunto experto la búsqueda de un alimento rico en hierro para introducirlo en la dieta infantil.

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